domingo, 4 de diciembre de 2011

José María Pozuelo Yvancos recoge la evolución de la crítica y de los movimientos literarios en España

José María Pozuelo Yvancos recoge la evolución de la crítica y de los movimientos literarios en España


Francisco R. Pastoriza*
En La República Literaria, una obra satírica de 1613, una caterva de personajes heridos y mutilados, algunos de ellos sin dientes, tuertos, sin nariz o sin cuero cabelludo; otros cojos o mancos, con profundas cicatrices ocultas por harapos, arremeten contra César Escalígero, uno de los críticos más conocidos entonces, encarnación de la soberbia y el menosprecio hacia grandes obras literarias de la historia. Los lisiados son los poetas clásicos a quienes Escalígero había sometido a su duro juicio, a consecuencia del cual habían quedado tan malparados. Este primer linchamiento de la historia de un crítico literario, más allá de registrar la presencia del género en la sociedad de los siglos XVI y XVII, demuestra ya su influencia en la aceptación o el rechazo hacia las obras y los autores que se leían en aquellos años.
La anécdota está recogida en “Las ideas literarias (1214-2010)”, octavo volumen de la Historia de la Literatura Española (Ed. Crítica) que dirige el catedrático José-Carlos Mainer, donde una serie de expertos dirigidos por José María Pozuelo Yvancos hace un espléndido recorrido por la crítica y la evolución de las ideas literarias en España desde los orígenes hasta los últimos movimientos de este siglo XXI.
LA OBRA Y SUS PROTAGOINISTAS
En la Edad Media se concedía más importancia al divulgador de la obra literaria que a su autor. Juglares y trovadores transmitían orientaciones ideológicas y lecciones de adoctrinamiento, fundamentalmente religioso, en los textos que recitaban, de los que no eran autores. Por eso se concedía una gran atención a las artes elocutivas, que enseñaban técnicas de lectura, entonación, recitación y gestualidad del cuerpo y de la cara. El cauce más eficaz era el verso, que posibilitaba con más facilidad la memorización de los textos. Además la poesía era una gracia infundida por Dios: el poeta era un mero intérprete de las ideas que recibía del Altísimo. Las artes elocutivas configuran, de este modo, el primer pensamiento literario medieval, donde la conciencia de autoría apenas se manifiesta, excepto en casos como los de Berceo o el Arcipreste de Hita, aunque éstos se presentan también como meros transmisores de enseñanzas recibidas a su vez de Dios, la Virgen o los santos. Más adelante, la interpretación de los textos va a posibilitar el desarrollo de la ficción, cuya primera manifestación es El libro del caballero Zifar. Durante los reinados de Juan II y enrique IV la ficción se utiliza no sólo para enjuiciar los efectos negativos de las pasiones (Siervo libre de amor) sino también para analizar los problemas sociales y políticos. Va a ser en el siglo XV, con la aparición de los géneros, cuando el autor se va a imponer sobre el recitador del texto. Este cambio de protagonismo coincide con la potenciación del uso del castellano como instrumento de dominación política y moral, expresado en el prólogo de la Gramática de Nebrija durante el reinado de Isabel I.
En el XVI la retórica va a manifestarse como el precedente de la crítica literaria, con Luis Vives, Fray Luis de Granada y El Brocense (sus comentarios a Laberinto de fortuna de Juan de Mena significó la aparición de la crítica canónica). El Siglo de Oro español fue un yacimiento de nuevos hallazgos para interpretar las obras literarias. Polémicas como las del oscurantismo de la poesía de Góngora o sobre la legitimidad de imitar las obras de los clásicos sirvieron de revulsivo a los hermeneutas de la literatura y provocaron la publicación de obras como la citada República literaria de Saavedra Fajardo y El criticón de Gracián. La descalificación de López Pinciano a las novelas de caballería por su falta de verosimilitud provocó la reacción de quienes valoraban estas historias como composiciones épicas. Incluso hubo quienes las consideraron a la altura de las de Homero, Heliodoro o Lucano. Tomándolas como contramodelo, Miguel de Cervantes va a revolucionar el concepto mismo de literatura con El Quijote, un juego de realidad y ficción en el que los personajes tienen por verdadera la historia que protagonizan, aplicando el recurso de la verdad a lo que es únicamente imaginación.
EN EL SIGLO DE LAS LUCES
Durante el siglo XVIII se va a consolidar el concepto moderno de Literatura, si bien al principio el término se aplicó casi exclusivamente a la poesía, por haberse adaptado la expresión francesa Bellas letras como criterio definidor. Poco a poco el ensayo (empujado por las apologías en defensa de la producción española), el artículo periodístico y la producción de novelas irán haciéndose un lugar como productos de la literatura, aunque condicionada por su verosimilitud (se les llamaba “ficción posible”, “historia fingida”, “romance”, etc). El género estaba menospreciado por su orientación lúdica más que instructiva o moral, asociado a la corrupción de las costumbres, a los placeres y al tiempo libre, hasta el punto de que llegó a prohibirse la publicación de novelas. Tuvo que producirse una fuerte reacción de la crítica en la prensa del momento para que las novelas fueran consideradas como un medio ideal para comunicar a la sociedad los valores positivos y la moralidad oficial.
Es en este siglo cuando se aborda la enseñanza de la literatura (se escriben las primeras Historias de la literatura, todas ellas de marcado carácter nacionalista y se recopilan las primeras antologías) fuertemente mediatizada por un control institucional al servicio del orden establecido tanto en los temas religiosos como en la política al servicio del estado, que contaba además con el teatro como instrumento de penetración ideológica. Si la expulsión de los jesuitas en 1767 fue determinante en el proceso de secularización de la enseñanza, la desvinculación de los poetas y escritores con la nobleza convirtió al hombre de letras en profesional de un oficio en auge. La crítica tiene una fuerte presencia en las tertulias y en el periodismo y la creación literaria adquiere un prestigio cada vez mayor.
ROMÁNTICOS Y LIBERALES
El romanticismo, el realismo-naturalismo y el modernismo suceden a la sensibilidad ilustrada. Las ideas literarias van a tener durante este siglo, más que en etapas anteriores, fuertes implicaciones políticas, ideológicas, religiosas y morales. La literatura adquiere un fuerte protagonismo en la formación de una conciencia nacional hasta el punto de que algunos teóricos (Amador de los Ríos) trataron de identificar literatura española con literatura castellana. Menéndez Pelayo, por el contrario se negó a esta identificación aunque orientara su obra a dar consistencia intelectual a la versión católico-conservadora de ese nacionalismo. Por primera vez algunos autores se atreven desde la literatura y el ensayo a atribuir los males de España al fanatismo religioso y al absolutismo político. La crítica española asumió el ideario romántico de retorno a un pasado idealizado y de exaltación de una mitología patriótica de base cristiana y se hizo fuerte entre la burguesía ilustrada gracias a la penetración de nuevas revistas como El Europeo, Semanario Pintoresco, La Revista Española o La época. Alcalá Galiano es el paradigma de la crítica romántica más moderna, con Larra, quien además unía a sus méritos la de creador.
El XIX va a ser definitivamente el siglo de la novela, que se convierte en la más poderosa escuela de formación sentimental e ideológica de la burguesía y en un instrumento efectivo para combatir la moral dominante y el sistema social y político. El realismo encuentra en la novela y en la crítica cauces privilegiados para exponer su ideario. Galdós, Valera, Leopoldo Alas y Pardo Bazán son sus teóricos y los autores de sus mejores obras. El novelista se convierte en el historiador del presente, su cronista y el ideólogo de una clase social en ascenso.
LAS IDEAS LITERARIAS DEL SIGLO XX
Con la recuperación de la obra de autores clásicos, los primeros años del siglo XX se caracterizaron por la búsqueda de una tradición literaria. La celebración del tercer centenario del Quijote va a suponer una ocasión espléndida para esta recuperación. Unamuno, Ortega y Azorín publican ensayos relacionados con la obra de Cervantes. La crítica vive en estos años una verdadera edad de oro, impulsada por una pléyade de escritores que simultaneaban su actividad de creadores con su labor crítica desde los periódicos (El Sol, El Liberal, Crisol, El Imparcial) y las revistas (Prometeo, La Gaceta literaria, Revista de Occidente o La Pluma). Firmas como las de Enrique Díez-Canedo o Guillermo de Torre elevaron la crítica hasta niveles difícilmente superables. El historicismo de la literatura se despoja de su mirada sesgada con las Historias de la literatura de Valbuena Prat, Guillermo Díaz-Plaja y Ángel del Río.
A mitad de siglo van apareciendo nuevas manifestaciones del ideario literario influidas por el formalismo ruso y la lingüística de Saussure, que promovían un análisis de la literatura como lenguaje y desde el punto de vista del lector (Amado Alonso). El análisis del texto poético se lleva a cabo por creadores que son al mismo tiempo teóricos de la poesía y la literatura. Carlos Bousoño y Dámaso Alonso hicieron importantes aportaciones en este campo.
Después de la guerra civil se impone la estética fascista de Ernesto Giménez Caballero y los promotores de la revista Escorial (Laín Entralgo, Ridruejo, Antonio Tovar), mientras desde el exilio Max Aub, Juan Chabán, Francisco Ayala, Salinas, Guillén, Cernuda… elaboraban un ensayismo crítico de altas miras. En España, Francisco Ynduráin, José Manuel Blecua, Alonso Zamora Vicente… trataban de mantener la tradición de las ideas literarias alejadas de la contaminación ideológica del franquismo.
La generación de 1950 estableció una primera ruptura importante con el régimen. Una sola mirada hacia algunos de sus autores (Aldecoa, Valente, Gil de Biedma, Caballero Bonald, Claudio Rodríguez, los Goytisolo…) indica la profundidad de su significación en el panorama de la España de aquellos años, cuyo eje principal era la Barcelona de Carlos Barral y José María Castellet. Una nueva forma de escribir ensayismo literario, el cauce de revistas como Laye, la eclosión del boom sudamericano, algunos de cuyos autores vivían en la ciudad condal, y una nueva forma de compromiso literario, de raíz sartriana, convirtieron a esta generación en vanguardia de las ideas literarias. Juan Benet fue asimismo otro de los puntales de la reflexión literaria española de ese momento. Ellos prepararon el paisaje para las nuevas ideas literarias a la llegada de la transición política en la que a una producción ensayística liberada de los límites de la censura se unieron magnas iniciativas en la historiografía de la literatura española como la de Juan Luis Alborg y Francisco Rico. La descentralización del poder universitario y la aparición de nuevas editoriales propiciaron la creación de nuevas disciplinas de teoría de la literatura y crítica literaria así como la publicación de obras ubicadas en el estructuralismo, la semiología y la sociología marxista, corrientes hegemónicas del momento. El análisis de los medios de comunicación y la cultura de masas desde la literatura enriqueció los contenidos de las teorías literarias. Aquel afán de vincular la filosofía con la literatura que emprendieran Ortega y Gassett y María zambrano va a culminar en la aparición de la hermenéutica de Emilio Lledó, Caparrós y Jordi Llovet.
Como aportaciones importantes entre el último tramo del siglo XX y los primeros años del XXI, se destacan la literatura comparada, introducida por Claudio Guillén, el estudio de los polisistemas literarios (relaciones entre literatura, imagen, artes visuales) y la emergencia de la cibercultura y el hipertexto como conformadores de una nueva teoría literaria en la era electrónica, espacios a los que no son ajenos el propio Pozuelo Yvancos y José-Carlos Mainer, responsables de esta nueva Historia de la Literatura.
(*) Profesor de Información cultural de la Universidad Complutense de Madrid
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