LAS VERDADES DE PEROGRULLO
Cada ocasión que inició la escritura de estas reflexiones, me asalta la duda de la utilidad de hacerlo; si estoy siendo certero en escoger el asunto y en el desarrollo de su tratamiento, y por encima de todo: si hacerlo servirá de algo.
En un artículo de los años ochenta, Gabriel García Márquez se pregunta para qué sirven los congresos de escritores y entre su argumentación relata el ambiente que se vive en esas concentraciones de gente que vive de escribir y publicar libros, o vive para escribir y publicar libros, independientemente del éxito literario y comercial. Como beneficiario de la fama, relata el tedio de las entrevistas con sus preguntas, que a lo largo y ancho del mundo, siempre son las mismas; el encontrarse con amigos que si no fuese por esas confraternidades no sería posible ver y conversar con ellos; el alojamiento pagado por el Estado en hoteles de lujo; las críticas de los periodistas norteamericanos por lo que consideraron un dispendio.
Del mismo modo, con su estilo mordaz, dice que los gobiernos de todo el mundo se complacen en agasajar a los intelectuales, en tanto no “levanten la mano contra sus gobiernos soberanos” —por experiencia, puedo afirmar que esto sucede en cualquier lugar donde el gobierno estatal o municipal, haya tenido la idea de promover la cultura por medio de alguno de estos acontecimientos—.
También hace alusión del prestigio de que se reviste el país convocante y el liderazgo en cuestiones artísticas. Asimismo expresa la reserva que tiene sobre estos congresos: afirma que cualquier autor medianamente solicitado, podría andar todo un año por el mundo, asistiendo a cumplir con una multitud de invitaciones.
Y agrega algo importante y demoledor, porque medita en que los costos sumados —independientemente de las monedas y sus valores— resolverían a muchos buenos escritores sus problemas pecuniarios y dedicarían más tiempo a escribir con tranquilidad. Extendiéndose más allá de esta propuesta, opino que no solamente un grupito de escritores —que siempre serían seleccionados por su pertenencia a “las capillitas”, o por el “cuatachismo” —, sino como inversiones importantes a regiones marginadas para propiciar por lo menos un mediado pasar. Casi para terminar asienta otra verdad cuando dice que los escritores no tienen nada que compartir —porque, creo, la única materia prima de que disponemos es la vida, y a menos que la fama literaria o la difusión de nuestros escándalos nos abrume, a cada quien le interesan sólo los asuntos de su vida—. Cito textualmente su conclusión: “Pero no es eso lo que importa tanto, como el hecho demostrable por la experiencia de los años anteriores, de que los congresos de escritores no sirven para nada”. Pero acepta: “Otra cosa son sin duda los congresos científicos en los cuales se discuten e intercambian secretos útiles para el género humano”.
Con el mismo tono resultan los “Encuentros de escritores” o de “Talleristas” que se escenifiquen en cualquier parte, porque estos son copia de los otros: Mesas de lectura de poemas, de cuento, de fragmentos de novelas. Lecturas que en ocasiones se tornan soporíferas por la mixtura de géneros, o el desconocimiento hasta de los rudimentos de los géneros; de la reiteración de temas y de conceptos, que solamente se interrumpen en el breve lapso de las comidas, pero durante las cuales sigue prevaleciendo la pertenencia a la “capillita”. Retomo una vez más a Gabriel García Márquez: “La mayoría ―sobre todo los que escriben bien― se aburren a muerte durante los debates y sólo desean que se levante la sesión para que vuelva a empezar la vida”.
Lecturas que disuaden la discusión de qué es la literatura, cuál es su función en la sociedad; qué compromiso se tiene con el lenguaje y para qué se editan los libros. Conferencias en las que el ponente es el máximo ejecutante, estatus que le permite pontificar.
En estos devenires, son diferentes las presentaciones de libros, ya sea como acto personal o promovido por la editorial del libro en cuestión. Y el paraíso de estos sucesos son las Ferias del Libro. Digo que son diferentes y lo afirmo con las palabras del Maestro Gino Raúl De Gasperín Gasperín: “Dar a luz una publicación, un libro, es un acontecimiento de los que iluminan el universo, le dan un respiro de aire limpio en su agitada y contaminada existencia. Aunque no seamos testigos de ello sino un puñado de amigos y compañeros, todos sabemos que sembrar un libro es sembrar vida para el presente y para el futuro, es creer aún en la fuerza de la palabra como generadora de libertad, es retar a una sociedad indolente respecto a la lectura, es burlar los muros que el sistema le pone al creador, es un desplante de orgullo frente a la indiferencia de esas instituciones que tienen atribuido el ser promotoras de la cultura”.
Refiriéndome a las presentaciones de libros, dije antes “ya sea como acto personal”, porque los escritores marginales, después de un proceso que va más allá de la escritura del libro, deben bregar en busca de apoyo oficial y si este es imposible, “perderle el cariño” a la cantidad de dinero necesario para que el proyecto de publicación se cumpla y solicitar de las instituciones, el espacio adecuado para decirle a la sociedad —a menudo indiferente— que en su seno hay alguien que pugnó por conformar uno más de esos archivos que por medio de la imaginación, van atesorando entre sus páginas, pedacitos de la vida y que tiene el afán de compartir.
Entonces, ya se trate de presentaciones comerciales o marginales, la presentación de libros es un suceso importante para la sociedad. Y requiere de su propio ámbito. No se concibe la presentación de un libro estrictamente literario, por ejemplo en un templo, sea del culto que sea. Ni la de un libro de tema político en aquél templo. Asimismo un tratado científico necesitará ser huésped de recintos donde la ciencia tiene su asiento. Sin embargo…
México es un país para mí, inexplicable. Entiendo el orgullo por los 25 años de la Feria Internacional del Libro, (FIL) su desfile de luminarias, sus miles de expositores, sus cientos de miles de visitantes y sus millonarias —se dice— ganancias. Pero no entiendo cómo su exitosa logística no se hace extensiva a todo el país, porque una acción de esa naturaleza nos sacaría del pobre lugar en las estadísticas de lectores. No entiendo cómo los organizadores dejaron corromper la fiesta, justificadísima, por de cinco lustros de existencia y de retos superados, con actos que tienen el claro afán propagandístico-electoral y convirtieron lo celebratorio en una feria de vanidades.
No entiendo por qué en esa burbuja dorada donde se desenvuelven los políticos, existe ese acuerdo común de que el país no salga de la mediocridad. Por qué no se sigue el pensamiento que el extranjero, hace a al joven Platón: “Por lo tanto, a quienes participan en todos estos regímenes políticos, excepción hecha del individuo que posee la ciencia, hay que excluirlos, dado que no son políticos sino sediciosos y, puesto que presiden las más grandes fantasmagorías, son ellos mismos fantasmas y, por ser los más grandes imitadores y embaucadores, son los más grandes sofistas de entre los sofistas”. Político, 302c-303-c. (Gredos, Madrid 1988, p, 589-600).
Si los de la burbuja dorada, hicieran caso a Platón, se evitan pasar por los bochornos, la defensa de lo indefendible y el escándalo que uno de esos sofistas protagonizó el día 4 de diciembre en la FIL , al terminar su conferencia magistral, que visto con objetividad fue la presentación del libro, que el sospechoso de ser falsario, afirma haber escrito, México la gran esperanza.
9 de diciembre de 2011
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