LAS VERDADES DE PEROGRULLO
Edmundo López Bonilla
Manuel Pérez Rocha, en el ensayo “Fomentar la lectura… ¡y la escritura!, publicado el día 17 de noviembre de 2011, en el periódico La Jornada , afirma que el proceso de aprendizaje de la lectura, no está completo si no va acompañado de la escritura; pero que el sistema educativo, en la práctica, ha deshabilitado la escritura porque, lectura y escritura estimulan el espíritu crítico. Vale la pena transcribir parte de las ideas de Manuel Pérez Rocha.
“Las instituciones y autoridades educativas muestran poco interés por fomentar la escritura, al menos en comparación con el que manifiestan por el fomento a la lectura, no obstante que son dos caras de la misma moneda. Casi de manera permanente, apoyadas también por intereses privados, algunos mercantiles, se desarrollan campañas y concursos de promoción de la lectura, pero no de la escritura. Del mismo modo, tanto la prueba Enlace aplicada por la SEP , como la prueba Pisa de la OCDE , abarcan la lectura, pero no la escritura. (…) Este descuido de las autoridades por la escritura se traduce, por supuesto (…) en un pobre desarrollo de las habilidades para escribir, pero también en una gran limitación para el desarrollo de la lectura, puesto que la lectura completa es de decodificación, análisis y juicio de un escrito; es imposible leer bien si no se ha tenido la experiencia de haber escrito y enfrentado los múltiples retos implicados en la producción de un texto”.
A primera vista, parece que en la parte final del ensayo —del que solamente se tomaron dos párrafos— se alude a la “gran escritura”. Aquella que Manuel Pérez Rocha, precisa en los finales de su trabajo: “Si bien hoy ya nadie rechaza la alfabetización universal, como objetivo social y éticamente obligado (…) para la mayoría se fijan metas muy pobres en cuanto a la escritura: desarrollar la capacidad de escribir el nombre propio, copiar textos, llenar formularios; otros niveles de escritura se reservan para los talentos o para profesiones cuyas tareas implican escribir con determinado nivel de desarrollo. También muchos académicos, escritores e intelectuales han contribuido a hacer de la escritura un instrumento de clase. Se suman con entusiasmo a las campañas de promoción de la lectura, quieren que se vendan sus libros, que los lean, quieren tener influencia y prestigio, pero con arrogancia desdeñan la posibilidad de que la escritura sea práctica general”.
El comentario de estos conceptos con un profesor de bachillerato, que tiene la encomienda de impartir la materia: “Taller de lectura y redacción”, me dejó, como promotor de la lectura y la escritura, la impresión de que el problema es más grave de lo que parece y no concierne estrictamente a los alumnos. Ese profesor considera que sólo es importante que los alumnos lean —no hizo referencia a la comprensión de lo leído, ni a los aspectos significativos—, y añadió que mientras no se establezca el hábito de la lectura, no se puede pedir que los alumnos escriban. Así de escueto.
En lo referente a la gramática, su estudio y aplicaciones, este escribidor y todos sus contemporáneos, a partir de los ocho o nueve años, nos enfrentábamos a la lectura en voz alta, y aparte de copiar, y escribir resúmenes… a la composición de textos, ya fuere con un tema determinado por el maestro, o de cualquier asunto que el estudiante quisiera escribir, pero sujeto a la extensión fijada por el mentor. Estas composiciones quizá no aspirarían a ser literarias, ni llegar más allá de ser ensayos, en su estricta clasificación semántica, pero tuvieron la virtud de que nos enfrentaron a ordenar las ideas y plasmarlas sobre el papel, aunque no fuésemos conscientes de los niveles de reflexión y abstracción que en nuestra mente se daban, y menos llegásemos a columbrar que ese ejercicio nos llevaba a usar todo el acervo de lenguaje del que disponíamos y utilizar las palabras en su infinita variedad de combinaciones y hasta donde pudimos, hacerlo correctamente. No soy fiador del aprovechamiento de mis contemporáneos, únicamente, traté de demostrar que es posible llegar en la actualidad a cumplir propuestas como las de Manuel Pérez Rocha. ¿Qué hace falta?
Que las autoridades educativas, simplemente incluyan la escritura de textos imaginativos entre sus programas de Español, Lectura y redacción y Literatura, y esta actividad cuente con los tiempos necesarios para su ejercicio y cumpla con los requisitos exigidos por la gramática. Pero que lo hagan formalmente, no como una actividad suplementaria o esporádica o susceptible de ser evadida por el maestro.
No ha de faltar quien me diga que existe el programa: “Niños lectores y escritores” para las escuelas Primarias, pero esta actividad está concebida para que los niños produzcan un texto en todo el año lectivo. Actividad que produce pobres resultados cuando es coordinada por maestros desafectos a la lectura y a la escritura, porque así fueron formados por el sistema educativo. Y el esquema se repite para el sistema de Educación Media y Educación Media Superior.
Asumo que en los tiempos de mi infancia, como hoy, la instrucción era “darwiniana” porque en estricto sentido de aprovechamiento, únicamente sobresaldrán los más aptos. Pero aun así, en congruencia con los razonamientos de Manuel Pérez Rocha, el solo hecho de hacer que los alumnos se enfrentaran al problema de ordenar sus pensamientos en la secuencia lógica para dar una “composición” aceptable, aquél sistema fue superior a éste que norma la instrucción en nuestros días.
¿Pero qué sucedería si los gobiernos y sus sistemas educativos, por medio de una lectura provechosa y el ejercicio de la escritura, así no pase de lo personal, producen ingentes cantidades de alumnos con la facultad de mirar la vida y su discurrir de manera, si no crítica, por lo menos enterada, y por lo tanto, personas diferentes —en estricto modo de pensar— de los analfabetas funcionales que el sistema educativo y la televisión han creado?
Sería ilusorio pensar que todo el inmenso cúmulo de “indignados” que en estos momentos agitan los sistemas políticos de mucho más de medio mundo, se dieron por generación espontánea. Pero sí es dable pensar que una mínima parte de ese 99 por ciento de afectados en el mundo por la imposición de políticas económicas depredadoras, en su fase de estudiantes, hayan sido —y sigan siéndolo— lectores atentos, aficionados a escribir y formarse sus propios juicios, después lectores apasionados y convencidos por los planteamientos de Stéphane Hessel; porque no cualquiera puede pergeñar un discurso convincente que aliente a leer, hoy que los esquemáticos diseños usados en la red, en algunos periódicos y hasta en libros de texto, se han producido un reflejo condicionado: capsulitas impresas y abundantes imágenes a todo color: igual a información.
Y según nos hacen saber, las redes sociales han sido el medio que transmite las inquietudes de millones de jóvenes y de hombres que a los cuarenta años dejaron de ser útiles, y llegar a esa certeza, los ha llevado a la protesta, a las demandas que hacen temblar, más que a los gobiernos, al sistema económico y financiero impuesto por los dueños del dinero.
Volvió a aparecer el darwinismo en la instrucción, el conocimiento, el derecho al trabajo y el uso de los modos de comunicación.
Esa mínima parte de lectores atentos, citada en párrafos anteriores, por medio de su visión del mundo, ha hecho ver al resto, hasta dónde nos han llevado los gobiernos que aplican sistemas económicos que no toman en consideración al hombre. Que lo han reducido a ser mero auxiliar de los sistemas de producción, sujeto tan prescindible como una máquina o sistema obsoleto.
¿Y qué sistema político, que gravite en la órbita antes descrita, puede mirar con buenos ojos, apoyar sin condiciones, aceptar sin reticencias a la institución que entre sus logros más preciados debería ser la de formar entes libres, bien informados y por lo mismo, capaces de razonar y formar juicios, que tarde o temprano hallarán las fallas, y más, serán conscientes de que por esas fallas tienen cancelado el futuro?
¿Y qué sistema político contaminado además por el autoritarismo o la franca dictadura, permitirá que sus gobernados o sojuzgados o tiranizados, obtengan los bienes de la enseñanza, el análisis y el pensamiento libre que brinda la escuela eficiente, que no sólo instruye, sino forma caracteres y actitudes?
Hoy nadie discute que la alfabetización es un derecho y que los gobiernos tienen la obligación de facilitar el acceso irrestricto de la población a este beneficio. En nuestro país —y en muchos de los esparcidos por este mundo— se hace todo lo posible por el cumplimento de esa meta. Se tienen programas educativos y escuelas; hay estrategias y programas encaminados a la promoción de la lectura. Y sin embargo, en nuestro país, para la inmensa mayoría “la educación” sigue siendo tan pobre, como lo fue antes de las Revoluciones mexicanas, porque instruir cabalmente era poner el arma del conocimiento en manos de la minoría; en otras palabras: en esa época, fomentar el conocimiento sólo produjo hombres que tenían bases sólidas para calibrar las injusticias y exigir la restitución de los derechos conculcados. En la actualidad, hacer multitudes de personas que tendrán otra óptica de los problemas que los afectan y por lo mismo, seres inclinados a llamar al pan, pan, y al vino, vino.
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Felicitaciones compatriotas, a pesar de los cincuenta y tantos millones de pobres; de estar endrogados hasta deber las chanclas; de no vislumbrar solución a la grave carencia de empleos; a la carestía que cada día gana unos puntitos; de estar atados a los vaivenes del dólar; de estar en vías gastar miles de millones de pesos en unas elecciones inútiles y tener déficit recaudatorio por los regímenes especiales que se dispensan a los verdaderamente ricos, somos reconocidos por la señora Cristine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), como un país que tiene “fortaleza financiera”. Según nos informa El Sol de Orizaba, jueves 1 de diciembre de 2011, pág. 2B
Cristine Lagarde señaló que en México persiste la “solidez de las políticas macroeconómicas” y recomendó al resto de países “aprender y sacar lecciones útiles de la experiencia mexicana”.
Digo… ya el mundo anda de cabeza por el desastre económico, y si los tlatoanis de algunos países aprenden y sacan “lecciones útiles de la experiencia mexicana”, los moradores de esos países, si tenían un mediano pasar, aprenderán qué siente un mexicano pobre, sujeto a las “políticas macroeconómicas”, seguidas tan fielmente por Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y su grupo de tecnócratas.
1-2 de diciembre de 2011

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